Estando en colegio, tuve un profesor de filosofía. Decir que era especial sería quedarse corto. A diferencia de la mayoría de los profesores de filosofía que se ubican en el rango de viejo latero a hippie volado, era más parecido a un general bajo dictadura. No he visto profesor más efectivo para educar en todo caso.
Una de las cosas que nos dijo, fue que nosotros temíamos la libertad. La idea nos pareció obviamente estúpida, a los 16 años lo único que quieres es libertad y lo sabes perfectamente. Pero después entendí.
Muchos años antes, cuando estaba en educación básica en España, una monja nos hacía religión y nos decía que no había que confundir la libertad con el libertinaje. Su método de educación consistía en repetirnos cosas que al menos en mi caso no entendí muy bien es ese momento, pero que por cansancio quedaron grabadas en mi memoria. En ese momento no comprendía la diferencia entre ambos conceptos, pero al final eso también lo entendí.
He conocido a muchas personas, curiosamente siempre hombres, que se quejan de su falta de libertad.
Algunos dicen que sus esposas, o parejas, o hijos, no le dan la libertad para hacer todo lo que ellos quieren hacer. Otros se quejan de que el trabajo, la sociedad y la vida en ciudad los restringen y les impiden hacer lo que les gustaría hacer.
Cabe entonces preguntarse qué chucha es lo que quieren hacer.
Porque si me dicen que ser libres significa no tener jefe y hacer lo que uno quiera, están puro hueando.
Tengo amigos independientes, que no tienen jefe. Eso sólo les hace las cosas más difíciles. Siguen teniendo que trabajar, cumplir plazos, pagar impuestos, mantener un negocio, un personal, una clientela. Tienen la libertad de no tener a un jefe obligándolos a hacer cosas que no quieren, pero siguen teniendo clientes cumpliendo exactamente la misma función.
No existe tal cosa como no rendir cuentas a nadie, vivir sin responsabilidades y sin tener que responder a nadie excepto a uno mismo. Nunca ha existido.
El hombre desde sus inicios ha tenido que trabajar para sobrevivir. Antes del dinero, antes de las ciudades, el hombre ya tenía que pasar gran parte de su día cazando o recolectando comida. Y no era feliz haciéndolo. Existe una muy buena razón por la cual hayamos terminado desarrollando supermercados. Porque vivir sin saber si vas a poder cazar algo que comer al día siguiente, expuesto a los elementos y con la alta posibilidad de que tu comida te ataque de vuelta u otro depredador te mate para obtener esa comida o transformarse en la suya, no es una forma agradable de vivir.
Y el problema no era solamente la comida, sino que sobrevivir a otros grupos que querían invadir tu territorio, tu zona de caza o la cueva donde vivían. Porque no, las naciones y los políticos no inventaron la guerra. Eso viene de antes. Casi desde el principio. En ese entonces sólo sobrevivía el grupo de personas más grande, pero para vivir en ese grupo tenías que aceptar las reglas de convivencia entre ellos. Esas reglas después se transformaron en leyes. Los políticos llegaron mucho tiempo después.
Pero siempre hemos tenido que vivir en sociedad. Y eso significa tener que atenerse a un conjunto de reglas y normas, donde el hacer lo que te sale de los cojones no está particularmente aceptado. La idea de vivir libre de todas las ataduras de la sociedad no es un arquetipo primigenio, es un producto de consumo de los años 60.
La generación anterior, que había pasado por la Primera y la Segunda Guerra Mundial y que sabía lo difícil que podían llegar a ponerse las cosas, les dieron a sus hijos todo lo que a ellos les faltó con la esperanza de darles una vida mejor. Terminaron criando una generación complaciente, que no sabía lo que era el sacrificio y el dolor y que pensaban que lo más terrible y opresivo que te podía pasar en la vida era tener que respetar las normas del tránsito.
El rebelde rockero en motocicleta sirvió para vender discos, para vender motos, para vender lentes de sol y chaquetas de cuero. Y perpetuar la idea de que la mejor forma de expresar tu inconformismo era quejándose de forma llamativa y vistiéndote distinto, lo cual ahora sabemos que no tiene absolutamente ningún valor o peso para cambiar las cosas. El mundo se cambia desde adentro del sistema, con leyes y empresas, no desde afuera con pancartas.
Por otro lado, si me dices que ser libre es hacer lo que tu quieras sin tener que rendir cuentas a tu pareja, salir con tus amigos cuando quieras, donde quieras y hasta la hora que quieras, ver lo que tu quieras en la tele, comer lo que tu quieras y hacer lo que tu quieras, lo que buscas no es libertad. Es ser sin restricciones, sin preocuparte del bienestar de quien tienes al lado sino que sólo tener en mente tu propio placer. Eso es, simple y llanamente, egoísmo. Es libertinaje. Y si tanto te importa hacer lo que tu quieres, y tan poco te importa que tu pareja sea feliz contigo, mejor quédate sólo porque así salvas dos vidas. Porque eso, no es libertad.
Libertad es poder elegir. Es tener conocimiento completo no sólo de tus posibilidades, sino que también de las consecuencias de tus elecciones. Cualquier otra cosa es egoístamente hacer lo que te de la gana, esperando además que el resto del mundo esté completamente de acuerdo con lo que tu haces, nadie se ofenda y todos te encuentren la razón.
Y el motivo por el cual la libertad es tan aterradora, es porque al ser algo que uno elije con plena consciencia, todas las consecuencias de tu elección son de tu entera responsabilidad. Si alguna vez has sentido terror y angustia ante una elección que pueda cambiar tu vida, eso es libertad.
Tu puedes ser libre. Ir al colegio es obligatorio, pero tu puedes elegir no cursar estudios superiores, puedes elegir no tener un trabajo, puedes elegir no seguir la ley, no ver TV y no seguir las noticias. Puedes elegir todo eso, nadie te está poniendo una pistola en la cabeza. Porque eres libre. Pero también tienes que estar dispuesto a asumir las consecuencias de elegir no hacer nada de eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario