jueves, 28 de noviembre de 2013

La Tiranía de lo Normal

Es un poco difícil escribir sobre ser diferente sin sonar que uno está defendiéndose, o queriendo parecer más interesante y especial de lo que realmente se es, dependiendo del nivel de convencimiento. No planeo escribir sobre por qué soy distinto. Tampoco de por qué los demás son normales. Voy a escribir de cuando a uno tratan de convencerlo.




Como muchos de nosotros, durante la adolescencia pensé que el mundo real; aquello que estaba fuera del colegio y de la casa de mis padres, estaba mal. Había algo profundamente equivocado en la forma de hacer las cosas, en cómo estas estaban establecidas desde siempre. Claro que en realidad, ese "desde siempre" sólo eran algunos años, décadas como mucho, y con el paso del tiempo muchas de las cosas que pensé que estaban mal en realidad no lo estaban. Se dice que a esa edad uno quiere cambiar el mundo pero finalmente el mundo te cambia a ti, y como todos los cliché es una idea bastante equivocada, pero al mismo tiempo vagamente cierta.

Sigo creyendo que el mundo está mal, pero no en los mismos aspectos que creía de adolescente. Ya no albergo la idea de que algo pueda cambiar lo que está mal en el mundo de forma radical o revolucionaria, entre otras cosas porque ahora entiendo que como sucede con los adictos, para que el mundo cambie tendría que reconocer el problema y querer cambiar. Pero el mundo no quiere cambiar. El mundo tiene la profunda convicción de que lo está haciendo de puta madre, y nosotros, los raros, estamos mal.

Llegados a este punto, creo que es bueno precisar que cuando hablo del mundo, me refiero a la gente normal, y cuando digo que esta mal no estoy emitiendo un juicio arbitrario ni pretendo sonar como un pedante que se siente moralmente por encima de los demás. Tengo mis razones.

La sociedad, entre muchas otras cosas, está basada en una serie de ritos y convenciones comunes. La mayor parte de ellas son de lo más aceptables, como intentar no matar a los demás o estar más o menos todos despiertos durante el día para que haya silencio por las noches y poder dormir, pero hay muchas otras costumbres e ideas cotidianas profundamente arraigadas en las personas establecidas sin demasiado razonamiento y mantenidas por tradición, y cuando uno no es partícipe de ellas provoca una reacción que varía entre la necesidad de ridiculizar hasta la intolerancia usualmente reservada a asesinos seriales. Y ambos extremos forman parte del mismo instinto, atacar a quienes son diferentes.

Es bastante obvio que la sociedad no es particularmente tolerante. Gran parte de los conflictos de la historia se han desatado por diferencias religiosas o de valores, la intolerancia es la base del racismo y la homofóbia. Pero es muy distinto tener una diferencia de opiniones respecto, por ejemplo, si el aborto es algo aceptable o no, a que prefieras quedarte en casa jugando Guitar Hero en lugar de salir de fiesta en año nuevo.

El nivel de intolerancia en aspectos cotidianos es sorprendente. Y un poco violento. Hay personas que no sólo no entienden que prefiera ver un capítulo de Doctor Who a un partido de fútbol de la selección nacional, sino que además me acusan de falta de patriotismo por ello.

Me llama poderosamente la atención que la gente normal critique tanto el orgullo y el entusiasmo que los ñoños demostramos por nuestros gustos, teniendo en cuenta la frecuencia con la que aluden la nostalgia de haber perdido la inocencia de la niñez. No estoy diciendo que ser friki sea ser infantil, pero el pudor por demostrar públicamente tu pasión en la gente normal es algo exclusivamente reservado a los partidos de fútbol, la religión y las discusiones políticas, como si fueran lo único importante en la vida.

Existe noción de que si uno es ñoño, o friki, o nerd, o simplemente no te gustan las mismas cosas que el resto comparte, debes de guardarte esa pasión y no hablar de ello. Sin embargo, es perfectamente aceptable que un grupo de personas pasen horas comentando el escándalo de farándula del momento. Ojo, no quiero decir que uno sea mejor que lo otro, no estoy intentando asignar valores sino que rescatar la idea de que yo tengo que tener cuidado con lo que digo y ser respetuoso con los demás, pero si me resulta violento escuchar durante una hora lo que piensan los demás respecto a con quien se acueste una actriz, soy yo el que está mal. 

Entiendo que la gente teme lo que desconoce, y por alguna retorcida razón odia lo que no comprende. Si uno se aleja de los demás y procura rodearse de gente lo menos normal posible, como yo lo he hecho, no hay problema. Puedes pasar tu vida sin mayores molestias. Actualmente el trabajar desde casa hace que todo esto sea mucho más fácil, porque por trabajo no tengo que compartir el mismo espacio por varias horas al día con personas con las que no tengo nada en común. Esto en un principio puede sonar a que intolerante con la gente normal, pero deje que le explique: me parecería intolerante si odiase a los demás por no ser como yo y se lo dijese en sus caras, día tras día, sin perder oportunidad de mencionarlo. Pero no es así. Me importa un carajo que hayan personas con gustos y tendencias distintas a las mías. Sin embargo, esto no funciona en ambos sentidos.

Cuando uno es distinto, existe en los demás una ilusión de agresión. Si no participas en lo que ellos disfrutan, automáticamente y sin preguntar asumen que te sientes superior a ellos, que piensas que lo que ellos hacen es estúpido y por extensión ellos también. No tengo muy claro si eso es porque en el fondo sienten que lo que ellos hacen es en efecto ligeramente idiota (esto se aplica particularmente a quienes tienen por placer culpable los programas de farándula), o porque piensan que lo que a ti te gusta si es idiota, que tu eres un idiota por disfrutarlo y eso les ofende. Pero invariablemente, se sienten ofendidos.

Y también sienten la necesidad de cambiarte. Si no haces lo que ellos hacen es porque hay algo malo en ti que tiene que ser solucionado a la brevedad. Si no argumentan los beneficios de sus costumbres, intentarán demostrar que estás incurriendo en una falta por no hacer lo mismo.

No se trata tanto de los gustos, sino que de las costumbres del día a día, de lo que haces o no.

Por qué no celebras navidad, por qué no sales el año nuevo, por qué no bailas, por qué no sales los fines de semana, por qué no haces asados, por qué no vas al parque, por qué lees libros, porque si ves tantas series no ves las que ven los demás, por qué te vistes siempre de negro, por qué usas camisetas con grupos de música, y un largo etcétera que se puede resumir sucintamente en "¿Por qué no puedes ser normal?". 

Y todo esto teniendo en cuenta que siendo hombre estoy sujeto a muchas menos "obligaciones sociales" que, por ejemplo mi esposa, quien siendo tan ñoña como yo se tiene que defender regularmente cómo intentan forzar sobre ella la imagen de cómo debe ser una mujer en nuestro país.

Lo normal se confunde con frecuencia con lo que es bueno. Esa es la principal razón por la cual las virtudes aristotélicas se fueron dejando gradualmente de lado, porque por ejemplo si la mayoría de la gente miente, entonces la falta de honestidad se hace normal y por lo tanto deja de ser mala. Pero lo normal, no es necesariamente bueno. De la misma forma que a todo el mundo le guste lo mismo, se comporte de la misma forma y haga las mismas cosas al mismo tiempo no quiere decir que sea la única ni la mejor forma de vivir.

Porque yo no soy el que está de malas toda una semana porque su equipo perdió un partido, ni necesito prozac para encontrar razones para levantarme y ravotril para bajar las revoluciones, no necesito buscar espiritualidad en religiones de moda o libros de auto ayuda, no digo cosas como "las mujeres no hay quien las entienda" para dejar problemas de pareja sin resolver, no necesito ir todos las semanas a misa para sanar el alma ni sufro de estrés, no tengo deudas ni sufro por cosas materiales que no tengo, no necesito hablar mal de los demás para sentir que mi vida es más valiosa. No necesito alcohol ni drogas para pasarlo bien ni siento la necesidad de negar o huir de la realidad.

No es sólo la intolerancia el problema, sino que la idea de que yo estoy equivocado y ellos no. No me preocupa demostrar nada, no me interesa explicar mi opinión para convencerlos de en qué lo hago bien yo y en qué lo hacen mal ellos, principalmente porque eso me haría igual de intolerante y moralista que ellos. Lo único que podría rescatar, es que la gente normal vive abrumada de problemas, dudas, arrepentimientos, preocupada por lo que los demás piensen, con la necesidad de demostrar algo al mundo, ofendida por lo que otros dicen y molesta por lo que otros no hacen. Y yo, en mi mundo, con mi gente y mis gustos, soy feliz. Aunque la gente normal insiste en que los ñoños estamos mal.


jueves, 21 de noviembre de 2013

Por qué dejé de leer El Principito

Porque El Principito es un gilipollas.



Ok, esa no es la razón por la cuál dejé de leerlo. Pero lo leí de nuevo antes de escribir esto para estar totalmente seguro de lo que quería decir, y aparte de confirmar mi hipótesis, el personaje del Principito me fue pareciendo poco a poco y en determinados momentos un auténtico gilipollas.

Sucede que hace un tiempo atrás escuché a alguien decir que cada ciertos años le gustaba leer El Principito porque cada vez que lo hacía, descubría cosas nuevas. En su momento compartí la idea, aunque en mi caso personal El Principito no resultó ser una fuente periódica de enseñanzas comparable con La Historia Interminable, de Michael Ende.



Mucha gente conoció el libro por la película, lo cual es un poco triste porque les hace suponer que el libro es para niños, y que no es gran cosa. La Historia Interminable es, a grueso modo, El Principito en 300 páginas. Con muchas más historias, y muchas más enseñanzas. Tenía unos 10 años cuando lo leí por primera vez, y todavía recuerdo lo satisfecho que estaba conmigo mismo por haberme terminado un libro de tantas páginas, porque a esa edad y cuando se es un principiante en la lectura, uno se fija en esas cosas. La última vez que lo releí fue hace algunos meses, y con bastante tristeza al terminarlo me di cuenta de que ya no tenía nada que aprender de él.

Es cierto que después de tantos años me sé de memoria gran parte del libro, lo sé. Eso ya me había pasado antes; en cada relectura me encontraba con pasajes que conocía bien, pero siempre me sorprendía con algo que había olvidado. Excepto la última vez. Es un poco triste porque ya no voy a disfrutar del libro de la misma forma, aunque por otro lado el hecho de que ya no tenga nada que aprender de él me da otra satisfacción; que ya estoy lo suficientemente crecido.

Voy a volver al Principito en un momento, pero debo aclarar algo antes. Cuando digo que ya estoy lo suficientemente crecido, creo que es muy importante diferenciarlo de la idea de hacerse adulto y volverse gris. Ese concepto viene de otro libro de Michael Ende, Momo, donde los hombres de gris son una metáfora de personas de negocios frías e impersonales que han perdido la capacidad de vivir. Durante años se ha creído que hacerse mayor significa en transformarse en alguien serio y grave, pero pienso que están equivocados. Aunque esa es otra historia y debe de ser contada en otra ocasión.

Volviendo al tema; lo mismo que a mi me sucedía con La Historia Interminable, la necesidad de la relectura para volver a descubrir enseñanzas espirituales que habían sido olvidadas, perdidas dentro del ajetreo de la vida diaria, es la misma necesidad que a muchas más personas les pasa con El Principito, y de ahí que uno escuche eso de que cada cierto tiempo lo leen otra vez.

Acabo de releer El Principito, y sin ánimo de ofender: si todavía a estas alturas de la vida tienes que releer El Principito para recordar enseñanzas que se te puedan haber olvidado en el camino, la cosa es grave.

El Principito es un libro maravilloso y creo que es muy importante en la vida de no sólo un lector, sino que de cualquier persona. Pero no tiene una sabiduría eterna.

Son varios los temas que trata El Principito. Principalmente, está la idea de que "lo esencial es invisible a los ojos", pero además habla de la imaginación (y la triste noción de que es algo que se pierde con los años), la capacidad de ver las cosas desde otro punto de vista, las absurdas convenciones del mundo adulto (como que a uno le juzguen por la ropa y no por quién es), incluso tiene un excelente capítulo que habla de lo abstracto del sistema económico y lo absurdo que es cuando se le mira desde afuera.

En cierto momento se hace la metáfora bastante clara de las mujeres como rosas, y llegados a este punto me resultó bastante fastidioso que la mujer sea retratada como un ser vanidoso y egocéntrico, que busca llamar la atención y usa artimañas pasivo agresivas para dominar a los hombres, y que su única forma de expresar afecto es esperar que sea el hombre quien descubra el sentido de sus actos y él se adapta a ellos, adivinando sus intenciones. La única referencia femenina de todo el puto libro es la perpetuación de un cliché machista, aunque entiendo que es algo propio de la época que vivió el autor, al igual que la noción de perder la imaginación con la edad.

Poco después de que El Principito reflexiona sobre lo superficial que son los valores del hombre de negocios se encuentra con un trabajador, un farolero, encerrado en la misma rutina absurda de seguir leyes sin sentido de forma ciega, pero le parece que eso es mejor porque el tipo hace algo concreto y no material, lo que me sonó mucho a eso de que el trabajo dignifica y que las clases bajas tienen cierta superioridad moral por encima del empresario.

Hacia el final del libro, en un momento levemente perturbador en el que El Principito básicamente va a cometer suicidio para volver a casa, este se asegura de que el piloto que lo encuentra entienda bien todo lo angustiado y triste que está obligado a sentirse cuando el ya no esté, en un giro de drama queen notable.

Obviamente lo que uno más recuerda es la historia del zorro. La idea de que los hombres desperdician su vida en cosas sin sentido en lugar de fijarse en lo esencial y todo eso resulta realmente esclarecedor, pero si a estas alturas de la vida no lo tienes claro, deberías hacerte ver.

No es solamente el Principito el que te enseña eso. Son miles las historias en forma de película, libro o serie de televisión, abarcando géneros desde el romanticismo hasta la ciencia ficción, intentan explicar más o menos el mismo mensaje. Lo importante que son las emociones, detenerse a oler las rosas, como perdemos de vista las cosas que realmente valen la pena, y un largo etcétera que a estas alturas se están transformando en cliché por su repetición incesante. Aunque como todos los cliché, existen porque son reales. Uno puede entender que la generación de nuestros padres hayan crecido con una variada colección de traumas emocionales porque fueron personas a quienes jamás les enseñaron a examinar sus sentimientos, a cuestionar la autoridad, o buscar su lugar en el mundo, que existía más de una forma de llevar tu vida, y todas las otras cosas que nosotros deberíamos tener más que claro siendo una generación que creció pegada a al tele y el cine.

En fin, no quiero decir que sea estúpido encontrar cosas valiosas en El Principito aún. Es sólo que en mi opinión, ya no debería ser una sorpresa y no porque uno se haya transformado en uno de los aburridos adultos que habla el libro, sino porque ya estamos pasado de ese punto emocional como generación.

El último capítulo resulta un poco gracioso por lo demás. El tipo se pregunta qué habrá sido del Principito, de la misma forma en la que uno puede preguntarse qué ha sido de la gente que has conocido y que te han marcado en la vida, pero que después han desaparecido. Es un interrogante nostálgico y romántico, o al menos lo era. Ahora uno tiene Facebook para eso.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Quien sea que gane, nosotros perdemos

No voy a ir a votar.

No es porque no crea en la democracia, o no valore el derecho a voto o no respete a quienes lucharon y murieron por tener ese derecho.

No es porque no me interese la política o porque no sea capaz de entender la relevancia que tiene en el día a día. Frecuentemente uno escucha decir "da lo mismo quien salga presidente, el lunes tengo que ir a trabajar igual", lo cual siempre me ha parecido un poco idiota. Aunque si hay personas que no van a trabajar dependiendo quien salga de presidente, la fauna de zánganos que siempre revolotea alrededor de los partidos y los familiares que terminan disfrutando del nepotismo rampante que caracteriza el sistema democrático.

Aunque es cierto que ya no sigo la política con la misma frecuencia de antes; últimamente no puedo sacudirme la sensación de que interesarse en la política es un ejercicio fútil. Te da la sensación de estar más informado y por eso preocuparte más, pero no vas a cambiar nada tu sólo. Toda esa información tampoco sirve para mucho más que para las discusiones acaloradas con otras personas, conversaciones que tampoco cambian nada porque la gente que se apasiona por la política, y esto es algo que también empiezo poco a poco a darme cuenta es muy parecida a los fanáticos religiosos. O los futboleros. Existe una cierta tendencia, muy agudizada por los medios y perpetuada por el público, a poner al candidato de su preferencia en un pedestal, y pretender otorgarle un estatus santificado en el cual el personaje es alguien moralmente superior, alguien que siempre tiene la razón y jamás se ha equivocado, que han llevado una vida ejemplar y consecuente. Y cada hecho y dato que no encaja en esa visión es atacado con furia ciega e irracional.

No voy a votar porque no me importa quien gane. No creo que ninguno de los candidatos vaya a hacer un cambio importante o significativo. Y si bien existe siempre la idea de votar por el mal menor, veo a los candidatos y todos me parecen exactamente igual de peligrosos.

Todo esto tiene mucho que ver con estar saliendo de un gobierno de derecha, el primero en 30 años después de la dictadura. Las cosas no fueron particularmente diferentes. Tuvimos más manifestaciones, el gobierno intentó dar más poder a la policía y la institución dio varios pasos atrás con respecto a su operar en los tiempos de Bernales, y aún así nunca lograron neutralizar a los radicales que aprovechaban las manifestaciones para destruir. Probablemente, porque les convenía su existencia; cuanto más fácil sea demonizar las manifestaciones, más credibilidad pierden ante la opinión pública. El gobierno de derecha, que se suponía que podía tener más mano dura con los criminales, terminó no haciendo anda. Incluso los indices de delincuencia subieron en este período, ni siquiera para eso sirvieron.

Por eso, no creo que exista mucha diferencia entre ninguno de los dos candidatos de los grandes bloques políticos. Ambos van a hacer básicamente lo mismo, van a tomar las mismas decisiones que favorecen a los empresarios más que al resto del país, van a seguir vendiendo los recursos a los extranjeros porque les interesa la plata inmediata (que va a parar a sus bolsillos) en lugar del desarrollo del país a largo plazo.

Cualquiera de los dos va a pasar los 4 años de periodo presidencial culpando al gobierno anterior, y eso es lo único positivo que le veo a la idea de tener un gobierno alternante. Se odian tanto, que los motiva a fiscalizar e investigar las acciones de sus enemigos y eso permite que tengamos un gobierno un poco menos corrupto e impune que en otros países. El día en que se logren poner de acuerdo y dejen de odiarse, vamos a cagar todos.

Y después está la manga de independientes, que hacen campaña presidencial porque es rentable (el dinero que obtienen en donaciones para gastos de campaña va a empresas de amigos y familiares que realizan el trabajo) y porque les da suficiente fama para después poder tirarse a puestos menores y mucho más posibles de ganar, como alcaldías o puestos en el Congreso, teniendo ventaja por sobre aquellos que se quedaron dentro de su partido trabajando para alguien más.

Porque en el absolutamente teórico caso que uno de ellos salga elegido Presidente, tendría el peor período de gobierno de la historia; cuatro años enfrentándose a los dos bloques políticos, teniendo que decantarse por uno de ellos para hacer algo. El sistema bicameral otorga poder perpetuo a los diputados y senadores. Esos son los que pueden hacer algo, no los independientes.

Quizás algún día salga un candidato que me merezca cierto respeto y apoyo, a quien le crea sus promesas. Lamentablemente siempre están asociados a uno u otro partido, lleno de personajes que pasarían a formar parte del gobierno como ministros o asesores. Y ambos partidos están repletos de gente que me parece absolutamente despreciable.

Por supuesto, algunas personas están en todo su derecho a decirme que si no voto, no me puedo quejar. Pero eso no es cierto. Puedo quejarme porque voy a estar en contra del gobierno sin importar el candidato que salga.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Vienen a vender, no a estimular

Esta semana tenía pensado escribir sobre otra cosa. Hasta había preparado un borrador el cual estaba retocando pero que no me terminaba de convencer. Entonces, vi el nuevo trailer de Robocop. Y preferí escribir sobre eso.


Pero no voy a hablar de Robocop.

O sea, para ser más específico: no voy a hablar de lo terrible que son los remakes, porque realmente no me parecen terribles. Sé que hay gente que se quejan de que te caguen tu franquicia favorita con un remake o reboot o lo que sea, pero cuando uno es lector de comics esas cosas no le afectan tanto. Y por lo demás, no hacen mierda la película, el libro, el comic, el juego o la serie original. Siguen estando allí, y tu las puedes ver cuando quieras. Es más, creo que el simple hecho de que el remake no quede a la altura del original a nuestros ojos, nos da a entender dos cosas:

Primero: uno nunca puede volver a casa. Cuando algo termina, es definitivo. Todo intento de volver va a ser algo distinto y siempre tiene cierto dejo a insatisfacción.

Segundo: el remake no está hecho para ti, sino que está dirigido a una audiencia nueva. La misma audiencia que, probablemente, no va a disfrutar del original porque no es un producto de su tiempo.

Ok, está bien, terminé hablando sobre los remakes. Pero prometo que no era mi punto.

La película original de Robocop me parece una fucking obra de arte. Para mi gusto, lo único bueno que tuvo la época de los 80 fue el cine. Sobretodo el cine de ciencia ficción. Creo que tiene mucho que ver conque en esa época los productores se interesaban más en vender y sorprender al público y lanzaban películas que provocaban controversia. Robocop no es solamente una película violenta, es perturbadora. La pandilla que mata al protagonista es la maldad encarnada, los comerciales que van apareciendo a lo largo de la película muestran un futuro siniestro y brutal, y lo hace con una naturalidad, mostrando algo tan cotidiano, que termina siendo aún más espeluznante. Y en ese mundo tan lúgubre y angustiante, se alza la figura de Robocop. Las implicancias y simbolismo religioso de la película es algo que el mismo director, Paul Verhoeven, quiso introducir explícitamente. El salvador de la humanidad, un producto corporativo que se rebela ante la inhumanidad de sus creadores aún habiendo perdido la suya propia, y se pone de nuestro lado ante el crimen, tanto el de cuchillo como el de corbata.

No tengo ni idea de cómo es el remake porque obviamente no lo he visto. Pero uno puede juzgar por el tono que han tenido otros remakes durante el último tiempo, son entretenidos, pero no sorprenden. Y el problema no es que sean remakes. Prácticamente todo lo es, y si ni me cree vea la serie "Everything is a Remix" porque no se salva ni Dios. No, la idea de que sólo lo que vimos en nuestra adolescencia es original y todo lo nuevo es pura basura es muy triste y peligrosa: usted no se da cuenta, pero empieza a sonar igual que sus abuelos cuando se quejaban.

El problema es la falta de cojones. El cine de Hollywood sigue siendo igual de comercial que lo era en nuestra infancia. Todo se sigue haciendo con la esperanza de vender. El problema ahora es que además intenta ser políticamente correcto con la esperanza de no ofender ni escandalizar a nadie. Es por eso que los remakes se ven tan vacíos y aburridos. No es porque falten ideas nuevas. Con todo lo que pasa en el mundo actualmente, con gobiernos cada vez más totalitarios, un acceso a la información sin precedentes pero a la vez incomprensiblemente ignorante, hay elementos para hacer ciencia ficción controversial e intelectualmente estimulante en lugar de distopías políticamente correctas y estéticamente hermosas.